En un mundo árabe donde el integrismo islámico margina a las mujeres, Libia se recorta como un oasis de tolerancia. La revolución del coronel Muamar Khadafi implantó un islamismo sin estridencias. Para las mujeres significó emanciparse del hombre, pudiendo elegir esposo y profesión, y optar por una práctica de la religión con flexibilidad, dice Mabruka Zway, de 33 años.Mabruka, que es intérprete, casada y con dos hijas, reconoce que las leyes instauradas desde que Khadafi se apropió del poder, en 1969, son la base de la liberación de la mujer de la autoridad del hombre. Antes, los padres decidían sobre el marido de sus hijas y hasta les imponían la forma de vestir. Hoy las mujeres somos libres y estamos en un plano de igualdad con los hombres, resume.Caminando por Trípoli, la capital, donde vive la mitad de los cuatro millones de libios, la diversidad del look de las mujeres resulta llamativa. El velo cubriendo la cabeza es una posibilidad como cualquier otra. Su uso, para Uda Gashut, 40 años, médica ginecóloga, depende del grado de obediencia a las reglas de la religión, pero llevarlo no implica que otras mujeres no sean consideradas musulmanas. La religión sólo nos obliga a ir vestidas decentemente, a rezar cinco veces por día y a respetar el Ramadán y las demás fechas y disposiciones del Islam; lo del velo es secundario, advierte.Ella se lo ajusta con elegancia, destacando una cara maquillada con prolijidad, con los cuidados de una occidental. Casada con un cirujano plástico, madre de un varón y una niña, Uda realizó su especialización médica en Francia. Estima que en el Islam ocurre lo mismo que con los cristianos. Los hay practicantes y no practicantes y unos no son más religiosos que los otros.Mabruka lleva ajustados pantalones, con tacos altos que destacan sus largas piernas, y no tiene sus cabellos negros tapados por el velo. Uda, en cambio, prefiere una amplia pollera con una blusa con arabescos que le va holgada, desdibujando así su silueta, que se adivina atractiva. Nada tiene que envidiarles Khadiga Ellfi, quien por su coquetería no declara su edad, quizás a medio camino entre las otras dos mujeres. Economista, con sus cabellos castaños recogidos en cola de caballo, especialista en inversiones financieros, Khadiga es soltera y no está apurada por casarse.La mirada de estas mujeres sobre el terrorismo islámico es coincidente. Lo repudian y no le reconocen un origen en la religión. Lo adjudican a una manipulación externa que entronca con el discurso político oficial de atribuir su instigación al imperialismo norteamericano y al sionismo israelí. No son musulmanes los argelinos que hacen lo que están haciendo, dice una. Es una injerencia exterior para dar una imagen distorsionada de la religión musulmana, agrega otra. Hay un enfrentamiento Norte-Sur, en el que se deforma el Islam para de ese modo atacarlo en Sudán y Afganistán, añade la tercera.Muchachas jóvenes de una generación posterior piensan lo mismo. Lobna Harba, de 18 años, estudiante de Ciencias Políticas, de pantalones y con el pelo suelto hasta la cintura, hace la plegaria cinco veces al día e insiste que el Islam tiene un mensaje de paz. El Islam no puede ser terrorista, concluye. Nadia, Leila, Iman y Awatof, empleadas de reparticiones oficiales, todas entre 22 y 25 años, tienen una convicción similar. Ninguna de ellas concibe la vida fuera de la religión, aunque sólo Nadia tiene el velo que esconde su cabellera. Iman y Awatof van de polleras. Las demás de vaqueros. Todas cumplen con las cinco oraciones cotidianas y cada una recibió instrucción militar en la escuela secundaria para defender al país de una eventual agresión.Las vidas de estas jovencitas se parecen. Nadia maneja el castellano y Leila habla un poco de inglés. Awatof prefiere la natación e Iman el ballet o la marcha. A Leila le gusta García Márquez y Camus, mientras que Iman lee a Agata Christie. Todas se maquillan y disfrutan con la poesía de Nzare Jabani, un escritor sirio que parece estar de moda entre las mujeres árabes. Admiten al unísono que la televisión influye en sus gustos, sobre todo en lo proveniente de cadenas extranjeras más abiertas al modelo occidental de vida. Les gusta el baile. Empero, bailan solas y en fiestas como los casamientos. No hay discotecas en Libia, donde no se baila en pareja. Ninguna imagina casarse con un no musulmán porque eso está prohibido por la religión. No obstante, el hombre de los sueños puede ser un árabe de otro país del Islam. Trabajan un promedio de seis horas diarias, ganan unos 2.000 dinares al año, es decir, alrededor de 6.000 dólares, y hacen esfuerzos en sus horas libres para aprender informática. De política hablan poco. El embargo de la ONU no les preocupa mucho. Y del coronel Khadafi se limitan a reconocer su liderazgo porque resume lo que piensa la gente.
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